Apenas él le acariciaba el muslo a ella se le agolpaba el deseo, y caían en desesperación, en salvajes movimientos, en suspiros exasperantes.
Cada vez que el procuraba acariciar sus curvas, se enredaba en un gemido quejumbroso, y tenía que pelearse de cara al broche sintiendo como poco a poco las cuerdas se desataban, se iban deshaciendo, cayendo. Hasta quedar tendido como el sol de la tarde al que se le han dejado caer unas últimas franjas de luz. Y sin embargo era apenas el principio porque en un momento dado ella se deshacía de las tensiones, consintiendo en que él aproximara suavemente sus cuerpos.
Apenas se acercaban, algo como un poder los incitaba, los incendiaba y unía. De pronto era el clímax, la ansiada unión de las almas, la jadeante pasión de un beso, los recuerdos del ayer tras una larga espera. ¡Evohé!, ¡Evohé! Derrotados en la cama del dormitorio se sentían desfallecer , cómplices y amantes. Temblaba el suelo, se vencían las murallas, y todo se resolvía en un profundo sentimiento, en sábanas de arrugadas gasas, en caricias casi crueles que los excitaba hasta el límite de las horas.
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